1. ¿Quienes somos?
Cuando por medio de la meditación nos vamos dando cuenta que los pensamientos y las emociones no constituyen la totalidad de nuestra experiencia, quizá surja en nosotros la pregunta: ¿Quienes somos verdaderamente?
Crear una identidad personal basada en los pensamientos, las emociones, los sentimientos y las historias que circulan continuamente por nuestra mente, no constituye una base estable ni confiable. Creer que somos todo ese material mental tan solo nos lleva, una y otra vez, a juzgarnos en base al pensamiento, la emoción o el sentimiento que predomine en ese momento. Por ejemplo, si sientes enfado puedes empezar a creer que eres una mala persona, o si por el contrario estás muy contento ¡puedes empezar a creer que quizá has logrado la iluminación!
Al observar nuestra mente podemos ver que, como seres humanos, tenemos una capacidad natural de conocer, de saber, una cualidad cognoscitiva. Las enseñanzas budistas definen al ser humano como “aquel con la capacidad de comprender y de comunicarse”. Pero, ¿quién es el que comprende? ¿Qué es “eso” que comprende? Es nuestra cualidad cognoscitiva, nuestra conciencia.
Esta conciencia no es algo que aparezca mágicamente debido a la práctica, es algo que ha estado con nosotros siempre: en el pasado, está ahora y también estará en el futuro. Su presencia no depende de ningún estado mental en particular, de hecho trasciende a todos los estados mentales.
Esta conciencia es muy pura y directa, pero no es algo que podamos definir con conceptos o ideas. No solo tiene que ver con la mente si no también con el corazón.
El problema surge cuando no la reconocemos y en su lugar nos aferramos a los pensamientos y emociones (las apariencias de la mente) pensando que eso es lo que somos en realidad.
El propósito de la meditación es liberar a la mente de su aferramiento y devolverla a la conciencia pura, o dicho de otro modo, dejar que todos los pensamientos y emociones, que son como nubes, se disuelvan, y se revele, por sí sola, la naturaleza esencial de la mente que es como el cielo.
Cuando estamos en contacto con nuestro verdadero ser, encontramos esta simplicidad natural que nos permite lidiar con las complejidades del mundo con más soltura, humor, espaciosidad y de una forma más efectiva.
2. Vuelve a la conciencia pura
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